CATERINA BARJAU / JORDI GUAL

RETRATOS DE FAMILIA


Retratar a la familia significa inevitablemente abrir la puerta al “yo” más íntimo y someter la privacidad de uno a la mirada de los demás. Retratar a la familia es trasladar frente a la cámara nuestras alegrías y penumbras cotidianas, así como trazar de un modo gráfico la cartografía de la cadena de DNA que nos ha traído a esta vida. Desde los primeros álbumes genealógicos del siglo xix y la popularización de la instantánea algunas décadas más tarde, hasta la actual era digital y la recurrente banalización de lo privado en la red y las revistas del corazón, el uso de la fotografía ha estado inextricablemente vinculado a la faceta “doméstica” de nuestra existencia. Si la familia representa supuestamente la “célula madre” de la sociedad, el acto de fotografiarla se convierte, según esta lógica, en una especie de diagnóstico factual acerca de la psicopatología de la época que nos envuelve. Más aún: por lo general, la familia suele ser tan fotosensible como la película, y el hecho de retratarla, de retratar al propio “corpus” familiar, por así decirlo, encarna infinitas posibilidades y complicaciones tanto para el fotógrafo como para los retratados.


Caterina Barjau y Jordi Gual, los dos artistas de la exposición “Retratos de familia” que presenta la galería Tagomago del 4 de febrero al 13 de marzo, han llevado a cabo la delicada tarea de articular alrededor de sus propias familias una propuesta fotográfica auténtica y apta, tanto en términos de realización como en su conceptualización. Aunque abarcan espectros opuestos —Barjau se ocupa de las relaciones, mientras que Gual se centra en una serie de metonimias temporales y materiales—, en conjunto los dos trabajos permiten reconocer la tensión inherente a la hora de facilitar un registro visual de familia, sin dejar de apuntar, no obstante, cierta susceptibilidad frente al impacto persuasivo de toda representación.


Caterina Barjau (Barcelona, 1980) ha dedicado los últimos seis años a retratar personas exitosas del mundo de la cultura y la política para revistas y medios de comunicación de nuestro país. Caracterizadas por un uso sistemático del retoque digital, un amplio abanico de referencias pictóricas y el gran formato, sus obras representan la vertiente más contemporánea en el campo de la fotografía. En “Familia”, un proyecto artístico elaborado expresamente para esta muestra, Barjau ha pretendido trasladar su práctica comercial al terreno del autorretrato familiar, abordando la gran cuestión que tal reto conlleva: ¿Podría llegar a fotografiar a sus parientes, en este caso la familia de su abuela por parte de madre, con el distanciamiento que requeriría el encargo de retratar a una celebridad? El resultado final es una serie de fotografías en gran formato que, vistas en retrospectiva, ofrecen un espécimen visual de la típica familia tradicional catalana poco convencional.


Dotados de una extraordinaria calidad plástica y de un voluptuoso tratamiento a la hora de manejar la iluminación y las texturas, los retratos de Barjau contienen constantes alusiones iconográficas al Renacimiento y al Barroco, junto con una elaborada escenificación de las poses que raya muchas veces en una monumentalidad excéntrica. Las superficies de estas composiciones se plasman como un campo visual minimalista y sus protagonistas aparecen aislados de su entorno habitual (casas y pisos familiares). Barjau ha empleado deliberadamente como marco para sus fotografías el fondo negro de su estudio, tanto para enfatizar la individualidad de sus sujetos como para producir mediante su descontextualización una serie de cautivadoras alteraciones en la imagen final.


Proponerse realizar intensivas sesiones de retratos durante las fiestas de Navidad, la época por excelencia de los sagrados protocolos familiares, ha supuesto para Caterina Barjau una pequeña aventura y, a la vez, una experiencia reveladora que le ha inducido a confrontarse con sus seres queridos fuera del nido familiar. Pero también a experimentar con lo privado, a llevarlo al terreno de lo público y a enmascararlo con el glamour propio de una celebridad, lo que durante las sesiones engendró un interesante diálogo entre la fotógrafa y sus numerosos parientes. La mayoría de ellos, contenidos al principio por estar poco acostumbrados a posar, pronto recobraron su solemnidad y su sentido del humor para desempeñar ante la cámara el papel que se esperaba de ellos, tal como les correspondía por jerarquía, edad o afición.


Todos los retratos de la selección perturban nuestra mirada. Son y no son, muestran y no muestran. En ellos, el personaje es todo pose y artificio, como si Barjau quisiera exponer las arrugas hasta los más mínimos detalles, como si la piel lo fuera todo. En el fondo, los brillantes y opacos ojos de estos individuos no suponen puertas a sus almas, y su identidad real se disuelve en la postura, el gesto y la mímica. Por supuesto, aquí el rostro fotografiado no es más que un caparazón en blanco sobre el que fluctúan perpetuamente modos de ser ya edificados en nuestra cultura visual, mientras que la familia, la más “perdurable y sagrada” de las instituciones, no hace sino diluirse en un río de ficciones bajo los focos de la celebridad.


Jordi Gual (Terrassa, 1964) plantea su serie “Equilibrios inestables” centrando la atención en la dimensión espacial y temporal del espectro familiar. Gual es un solitario artesano en todos los sentidos de la palabra, que vive en medio del bosque. Fabrica sus cámaras y papeles, realiza revelados y positivos en soportes también manuales, y ha desarrollado un método de fotografiar propio, instintivo, que culmina en narrativas “abiertas”, sin principio ni final semántico. En contraste con Caterina Barjau, Gual lleva años fotografiando a su numerosa familia, siempre con su casa y lugares próximos de la naturaleza como escenario. Por tanto, no es de extrañar que en su caso los retratos formen parte de la interacción cotidiana y la cámara sea uno más de la familia.

En su mayor parte, las composiciones de Jordi Gual desafían a la totalidad en favor de la fragmentación de los rostros y los cuerpos. Asimismo, en ellas lo que parece adquirir más importancia es el entorno y los objetos relacionados con los seres retratados. Fotografiar el objeto en lugar del personaje es, según afirma Gual, fotografiar la “palabra perdida”, pero también supone en cierta manera posicionarse con la cámara desde el futuro, como si el presente mismo fuera ya un recuerdo lejano. El hecho de que Gual opte por el sosiego —no llega a realizar ningún encuadre sin haber sentido previamente que ha asimilado su esencia más profunda— engendra en su trabajo una sensación de fugacidad que distorsiona nuestra percepción del tiempo. Impregnados de un calidad poética y de una emotividad extremadamente modestas, sus retratos poseen el aura de un objet perdu y los rostros de sus protagonistas —sus cinco hijjos, sus hermanos, y mujer— llegan a alcanzar a menudo una presencia que parece condensar las vidas de todos sus antepasados.


Como en un relato poético, que permite libertad a la hora de la interpretación, los personajes de Gual, con la ayuda de la luz, dejan sus huellas en la placa o película no por lo que son sino por el sentimiento que representan. En cierto modo, sus cuerpos son constelaciones fantasmales, igual que lo eran las fotografías mismas para Barthes, y su paso ante la cámara cobija silencios introspectivos pero a la vez melódicos, como la emoción en sus altibajos. Sustentados en horizontes plenos que se diluyen en afecto e intimidad, sus retratos transmiten un hálito más universal sobre la familia y la lucha cotidiana para sostener el sentimiento que la une, por y a pesar de todo.


“Ejercicio emocional. Inseguridad. Estado anímico que existe pero que no sabes qué dirección tomará. Quizás solitarios relatos del absurdo.” Así describe Gual este sentimiento. Y continúa: “Asfixiante tensión de algo que nos rodea pero no logramos entender. La inseguridad que nos produce lo desconocido. Quizás todo se resuma en una palabra...: ¡miedo! La confusión nos libera del caos para volver a un mismo inicio. Entonces, todo vuelve a empezar”. Para Gual, llevar una familia y fotografiarla resume el cúmulo de todo lo indecible e inexpresable. Es por ello que a la hora de exponer decide construir sus palimpsestos fotográficos. Aparentemente clásicos y repletos de una expresividad depurada, estos últimos explotan en un lirismo crudo y pletórico que nos da mucho a entender acerca de la fascinante complejidad de la familia, una complejidad fuera del lenguaje y de sus entramados retóricos.


Texto: Natasha Christia

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